viernes, 9 de diciembre de 2011

Hilda Angélica García

HILDA ANGÉLICA GARCÍA
(San Fernando del Valle-Catamarca)


ADEMÁS, EL VIENTO
(1997)


ESOS OJOS QUE MIRABAN LA TARDE

Tus ojos, esos ojos que miraban la tarde,
se han llenado de nubes, de pájaros que escapan.
Se detienen llorando sobre un mapa de ausencias,
de un mar que cuando llueve precipita naufragios.
Se han llenado tus ojos de frondosos ramajes
y hay un viento que arrastra sin piedad tu tristeza.
Tus ojos,
ese valle donde caben los ríos torrentosos de enero,
- donde juegan sin pausa las aguas y las piedras
golpeando la rodilla, la piel, el labio,
el beso de la aurora-
caléndulas nocturnas,
fantasmales contiendas,
tus ojos
ya no miran. Diluyen en el aire su aliento de gaviotas,
la incierta investidura de espejos en la arena.
Apenas son dos sombras tus ojos
que se alejan.


LLEVO A CUESTAS TUS OJOS

Despojada de ti. De tu mirada
abovedada y triste, espantajo de piel,
rosa en la acequia,
navego inmemorial entre los sueños
hacia un jardín de luces y de esperas.
Resplandece en la hierba una llovizna
dorada, caracoles azules, telarañas
de estrellas.
Y una canción antigua se me acopla al asombro
de palpar en cristales
bautismales adioses
vendavales de llanto
tempestad de recuerdos.
Soy apenas la sombra de un océano inmenso,
casi un río cayendo gota a gota en la arena,
deslumbrante naufragio suspendido en la llama
de un verano de lilas deshaciéndose en pétalos.
Voy sin ti como un pájaro de papel. Como un nombre
no dicho,
como un vuelo sin rumbo
contrastado en el viento.
Voy sin mí como un alma olorosa a jazmines,
desprendida guirnalda de luciérnagas.
Llevo a cuestas tus ojos, un paisaje callado,
ofertorio de ausencias.
Voy sin mí en tus pupilas,
solitaria comarca de distancias.
Voy de ti despojada pero llevo tus ojos
esa errante memoria rescatada del tiempo.


MADRESELVAS

Padre-trenes, andenes de distancias,
Geranios, “madreselvas en flor
Que trepándose van” al humo de su voz
Derramándose en aire, en cielo,
En la llovizna. En penumbras
Mi padre se ha dormido. La radio
A transistores se escucha en la cocina.


EL ESPEJO

Me asomo en el espejo. Soy la palabra,
la transparente luz donde me asilo.
El espejo no es tal. Sólo es el agua
que contiene mi cuerpo, mi memoria.
Es un vitral de sueños, el fantasma
de mi piel temblorosa y fugitiva.
Por él escapa el ángel y las rosas
reconstruyen el alma. En la penumbra
un hálito de adiós es mi destino.
Contemplándome estoy. Soy la apariencia
de todo cuanto siento y cuanto digo.
Pertenezco
a una calle donde el viento
conturbaba los cielos de gorriones.
Me busco en el cristal. En él encuentro
la frágil dimensión que me sostiene,
el retablo de voces donde el tiempo
ha sembrado el silencio que me habita.


LLUVIA A LA SIESTA

Cuando miro esta calle no recuerdo
la sed de sus veredas. Sólo el agua
beatífica, la lluvia inaugural,
la alegoría
de una historia de charcos en la infancia.
Un diluvio de risas aturdía la siesta
iluminada,
Y un río llevaba presuroso un barco de papel
a sus espaldas.
Desde el umbral seguíamos la ruta,
su breve itinerario de piedras y arboleda,
donde frescas paseaban las hojas del geranio.
El verano extendía sus paraguas de seda.
Y la lluvia –oh, la lluvia!-
se despedía lenta,
resbalaba en los vidrios,
en el patio,
en la menta,
se acostaba en las sábanas tendidas en la soga,
despertaba el helecho con sus gotas inquietas.
Y después se alejaba de la ciudad llevando
en su piel transparente
la intangible memoria de su rostro en la siesta.


POSTALES

“Largos trenes los sueños,
hilvanando paisajes fugitivos…”
Antonio Porpetta

Mirada de otra luz. La que encendía
en soles
una historia de trenes fugitivos.
El humo confundía los soplidos
del viento,
algarrobales crujientes del asombro
trepando por las ramas.
Umbroso andén,
quieta sabana de esperas.
Campanilla
sonando en el recuerdo.
Largos trenes, los sueños, despertando
la infancia. En el pescante,
sentado en el umbral, sobre el mateo,
un cochero apuntando hacia la plaza,
paseaba la ilusión de los viajeros.
Esplendorosa luz la de tus calles,
jacarandaes pintados
de otros cielos
en lila y en azul.
En mi pueblo
las voces eran de aire hermanadas al vuelo
de los pájaros.
Enhiesta catedral, morena imagen venerada,
primavera de adioses en pañuelos,
procesión de esperanzas.
Desterrada de mí, en ti me encuentro.
Victoriosa de sed, resucitada.


ELEGÍA DE OCTUBRE

Ella siempre llegaba a sentarse en la plaza
sobre un banco de penas.
Levantaba sus ojos hacia el cielo y miraba
misteriosas figuras
enredadas,
pequeñas mariposas,
jazmines,
cascarudos.
Revolvía su bolso,
buscadora de dones de otro tiempo, migajas
de relojes, peinetas, lentejuelas.
Ella estaba en la víspera de un recuerdo.
mojaba con saliva
la punta de sus dedos y contaba los días,
las tardes sin crepúsculos,
la improbable agonía de los pájaros.
Acarreaba en su pelo
la humedad de las horas,
el rocío
pegado a su turbia melena.
Canturreaba llorosa
y estampaba sus ojos en un sucio pañuelo.
Pero un día su sombra se arropó de distancias.
Era un hueco su rastro, un cerrojo su cuerpo.
Constelada ascendía por el aire de octubre.
Conmovida en perfumes se escondía la tarde.


POSTERIDAD

No una plaza de estatuas transparentes
donde el hueco de un hombre se ha escondido;
bronce lúcido, luciérnagas el nombre,
desheredado el cuerpo fugitivo.
Allí estará su multitud de sombras,
su diluvio de sueños.
Aire será su fuego.
En la arboleda
crepitarán sus pasos sigilosos.
Pero estará su piel sobre los labios
que rozaron la aurora;
aquel día cantando sobre el rostro
de la mujer que amaba,
que amó sobre un paisaje de fuentes y crepúsculos.
Allí estará
su eternidad de besos,
su pedestal de ausencias,
su latido.
Se posará sobre su nombre un pájaro;
emigrará su voz,
Nada será
su sangre que fue incendio.
En la humedad
la herrumbre de sus huesos será limo.
Su posteridad, ese aroma
de musgos y jazmines que lo esperó en el patio,
la lenta lluvia clara que le regó los ojos,
la espiga que entregaba su pan de cada día.
No estatua.
Campanario llamando en el olvido.


DESPUÉS, VOLVER
(1967)


EL CANILLITA

Pequeña dimensión de voz y frío
transitas en el alma de las calles.
No comprendes el paso de los días
ni en qué región quedó,
con el invierno,
la breve melodía de algún sueño.
Cambiaste la pelota
por noticias
de las luchas de blancos contra negros.
La canción infantil
se volvió espera.
No te bastó el título de niño
para olvidar
que el pan cuesta dinero,
que la ciudad es grande
y se la pisa
y se la aprieta en la garganta, luego.
Tu risa se hizo adulta en la esperanza
y creció en el grito como un eco.
La batalla es tuya cada día.
¡Hombrecito,
dolor
y caramelo!

2 comentarios:

  1. Hola Bataraz: Escribime a mi mail. yo soy la autora, y te lo envío.

    sadecatamarca@yahoo.com.ar

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