viernes, 9 de diciembre de 2011

Liliana Díaz Mindurry

LILIANA DIAZ MINDURRY
(Ciudad Autónoma de Buenos Aires)


“PERSONAJES EN LA NOCHE “DE JOAN MIRÓ

Lo que diga no es eso.
Había dos.
No es cierto.
¿Era uno y un espejo, no era ninguno?
Había dos frente a una taza que podía ser de té o café o era un vaso o apenas un recipiente para ser bebido,
para que él y ella fueran bebidos, quiero decir,
frente a un caos pequeñito, una abertura, un brillo que imantaba los objetos
una araña de patas azules que podía tener cejas, pestañas,
el lomo de terciopelo y movimientos de danza,
una laucha rosada con un ojo verde, un éxtasis, los agujeros del tiempo, un gato en el zaguán expulsado a puntapiés, la dulzura de la muerte sobre la lengua y en los párpados cerrados,
el jarabe gris que contaminaba los recuerdos.

La noche estaba cerca, quiero decir, la noche donde él y ella fueran bebidos en una taza de té o café o en un vaso,
la noche estaba cerca, quiero decir.

Uno vio y dijo.
Otro llegó a ver y a decir que había algo o que la noche estaba cerca o que el pensamiento se estiraba, roto, espasmódico,
ante el revés de las cosas, la seda de la locura,
la otra orilla quiero decir,
lo que diga no es eso. Ya se sabe. Y nunca será eso. Ni antes ni después. Había dos, no es cierto,
la noche estaba cerca, no es cierto,
nada de lo que diga es cierto, pero la noche estaba cerca.

Había dos y esa noche atrás donde las cosas caminaban al revés.
El hombre ya está muerto.
La mujer acaricia el lomo de las arañas y besa el ojo verdoso de los ratones y abraza los gatos de zaguán,
duerme en los agujeros del tiempo y se despierta en éxtasis usa un vestido roto con bolsillos donde el caos y el brillo descansan juntos,
guarda el jarabe de los días entre perfumes y frascos de veneno, y en los cajones, la muerte
La mujer se pinta la cara con los restos de esa noche y algunos la señalan,
lo que diga no es eso.
(Podía ser un derrumbe de orillas muy lejanas,
un derrumbe de tiempos caídos boqueando la tristeza.
Podía ser una de las formas del odio, la más antigua).
Ahora ya es

miedo.


“PERSISTENCIA DE LA MEMORIA”DE SALVADOR DALÍ

Habla de
no sabe de qué habla
tal vez de la tristeza
o de la memoria que cae en gotas desde el cielorraso,
y entonces
como quien trata de hacer respirar al que se muere
como quien lava con agua las manchas de tinta, como quien camina en las piedras de la luna desde adentro de los ojos
la memoria
las hormigas de la memoria
sus relojes líquidos
sus pesadillas.

Y ya después de la memoria ella puede terminar de ponerse vejez en los cabellos, mirar como crece la hierba en las manos de los niños
ver en el fondo de las fotografías
el ángel frío que la abuela cosía en las mañanas.

Habla de
no sabe de qué habla
de relojes goteando
hace apenas un ruido de cucaracha que se quiebra en el piso
oye la muerte en sí, la simple pureza de la muerte
apaga el cigarrillo en el fondo de la taza
y se va a dormir envuelta en esos trapos que se llaman sábanas
bebe la última luz de la memoria.

(No cabe en la cama
despacito se le rompen las piernas)


Por cosas así la gente muere,
por cosas así.

Vivir es sólo una forma de la impiedad.


“MISTERIO Y MELANCOLÍA DE UNA CALLE” DE GIORGIO DE CHIRICO

No hay lugar que no amenace: eso lo sabe
no hay lugar donde no pase ella
la sin sombra.

(Ningún ojo duerme)

No hay una caja de silencio, una caja pequeña, apenas entreabierta
no hay un viento rosado
a esa hora.
A esa hora, en esa calle, en el agua dolorida de ese mundo
no la ha visto. No la ha visto a ella, la del aro,
la sin sombra.

La belleza se le enciende de a ratos. Apaga el último amor adentro de los huesos

Ningún ojo duerme.

A esa hora, en esa calle,
no la ha visto.

Ella no dice lo triste, lo más triste de todo.
No la ha visto.

En la ruina del sentido,
habla y deshabla.

No la visto. Porque no la ha visto. Porque no es ella
la sin sombra.

Los perros del amanecer no se acercan, ni beben del agua cruda de la zanja que ella pisa
la que sigue la geometría de las calles,
la que no se puede concebir ni soportar.
la que es un terciopelo adentro de las cosas
el plumaje del vacío.

Es que no la ha visto. O no es ella. O no hay calle ni mundo.
Las palabras se caen hacia abajo
la maravilla abre surcos en la piel, tajos en el aire. Guarda el deseo entre los labios.

Cero quiere decir nada.
Cero.

No la ha visto y no hay maravilla, y no es ella.
Las palabras han dejado de concordar.

Un disparo en la cajita del silencio
las palabras se caen hacia abajo.

Dios
afuera
ladra.


“LA GIOCONDA” DE LEONARDO DA VINCI

Se ríe desde el fondo de los recuerdos,
se ríe desde el fondo de las esperanzas,
de la sangre de esos gatos que nadie recoge, del último fulgor que nadie ve en los ojos de los peces,
se ríe de los muebles de las alcobas que tienen deseos inconfesables, de las /manos que jamás responden al dueño,
se ríe de los tigres en la calma del mar,
del revés de las caras.

Se ríe de la alegría que lastima la garganta ya por ser pena que endulza la /lengua,
se ríe de las mañanas,
de las tardes,
del prometido amor y del temido infierno,
de los que descosen el futuro y tejen un pasado que no existió nunca para /colgar en los balcones,
se ríe de la tibieza de las salas donde la palabra es terciopelo y seda, transparencia y perfume,
del cristal empañado en el ojo, del último calor del cuerpo
antes de la muerte.

Se ríe del corazón como una campana resonando, de la red que tiembla,
del Dios escondido en las cajas de las iglesias,
se ríe de los bosques cerrados hasta el borde de otros bosques cerrados,
hasta el borde de otros bosques cerrados.

Se ríe,
se sonríe,
sabe que no resucita ningún día perdido en la tristeza
y que la piedra sobre piedra sólo es tejido de piedras.
(Los sirvientes lavan los espejos para que su sonrisa no contamine el porvenir).


“LA FILOSOFÍA DEL CAMARÍN”DE RENÉ MAGRITTE

Cuando nadie los ve
cuando nadie los oye
los vestidos guardan deseos de otros como heridas abiertas, como sangre /expuesta,
las ajenas miradas de la desdicha, las voces roncas, las fracturadas noches,
las alegrías futuras como perros por nacer.

Los zapatos reflejan el universo, ese Dios que guarda en los cajones toda la /infelicidad del mundo,
las nostalgias que caen del cielorraso
y los pasos que llevan al placer en los dedos y en la punta de los labios.

Les queman los días pasados y los por venir,
tontos de sueños, de esperanza y de hambre,
ellos,
puestos en el lugar de lo viejo,
juegan dulcemente a las trampas.

Hablan a veces con voz de agua jabonosa,
hablan a veces
del perfume de las cosas estancadas, del espejo que los guarda en sus aguas.

Así lastimados
son eternos. No sonríen ni dejan que nadie les sonría.
Recuerdan que es mejor olvidar y como filósofos no creen en lo que se ve,

beben tranquilos las luces de la sombra,
y hasta entienden
por momentos
esa música sin freno
de la muerte.


“CRISTO MUERTO” DE HANS HOLBEIN EL JOVEN

Había una vez, hubo una vez o no hubo nunca. No debo decir el caos.
Había una vez un lastimado,
se oye su muerte en todas partes,
en todas partes.

No ángeles de la guarda, no estampas, no luces, ningún contorno,
las horas del lastimado son eternas.

No luces.
Se puso toda la muerte en el cuerpo,
toda la muerte,
no ángeles,
las horas del lastimado
del muerto, del clavado a todos los cuerpos
crecen como serpientes. No debo decir el caos.

No luces, no ángeles:
los salmos se le duermen en la frente, debajo de las cejas y en la garganta.

Agitaba la eternidad como si fuera una mezcla.

Gatos negros y azules, palabras como gatos negros y azules se volcaban en /todos los caminos,
llevaba sus pobres milagros pequeños, el agua tibia de las frases goteando,
liviano como un dedo,
transparente.

No era un hombre.
No era una caja con forma de hombre.

Dulcemente su amor
se comía las cosas, brillaba en la saliva, se encendía en los costados de la boca.

Porque no es cierto que sí y no es cierto que no.
Le sacaron cualquier forma de la alegría
el brillo de la noche le enredó ese cuerpo que no gozaron las mujeres.
La luna como un lobo le mordió el vientre y le dobló la espalda.
Esperaba los clavos como fauces.

Los gatos se incendiaron.

Despacito se le aguaron los ojos.
No habría cielos empapelados de celeste
y crecerían las horas
los perros de las horas.

No habría más adentro ni afuera, ni aquí ni allá, ni latitud ni longitud.
Nadie cura la demencia,
ningún paraíso. El deseo no corrige la forma de las cosas.

Dar órdenes no es lograr el resplandor.

Las cosas quieren salirse de sí, poner la mirada en blanco.
Es tan simple no estar.

Las horas del lastimado son eternas. Es eterno el perfume.
Es una negra música,
una ternura
como una negra música.

En las estrellas se salieron los gatos,
las palabras como gatos
resucitaron.

El deseo no corrige el mundo.
Gloria al deseo.


“A UNA CIERTA HORA”DE MARÍA GERMINOVA LLAMADA TOYEN

Lo indecible,
lo que ella sabe o no sabe o simula no saber, pero el gusto se le guarda en la /lengua y debajo de los dientes,

lo indecible,
eso
lo que a cierta hora habrá de suceder,
lo indecible
eso, por ejemplo, que la nada corregirá muy pronto la forma de las cosas para /que la voz no quede ni en el fondo del sueño,
que no la acariciarán esas manos
(y será como si las manos la despedazaran
como si las manos tuvieran mandíbulas garras colmillos púas alfileres puñales)
que las frases se desarmarán goteando sin la menor respuesta,
que los pasillos correrán hacia abajo
como un río en pendiente,
que palidecerán las palabras extenuadas,
que ella misma se volverá muñeca y caminará en la espesura
que el aire le entrará y saldrá de la boca
sin el menor ruido
como esas muñecas que duermen en los estantes
vacías,
rotas.

Eso,
que ya no habrá ningún paraíso
que sólo restará beber agua en los intervalos de la televisión.

Ahora
mira por la ventana, desnuda, con apariencia de estatua,
toma el lomo irregular de las imágenes y las aplasta como a cigarrillos muertos /en tazas de café.

Se lame las heridas.

Sabe o no sabe
que los ladrones de la dicha
están alineados
entre cada relámpago que abre y cierra las puertas del pensamiento,
y desde el bosque de los nombres
se acentúa la confusión.

Hasta hace poco,
hasta hace unas horas,
en esa lastimadura del cuarto,
el deseo
como un pez

nadaba en aguas con agujas,
la mirada enorme
se metía en iglesias, campanarios, vitrales,
se comía a Dios,
lo masticaba,
sangraba ciervos en los límites del bosque,
torcía cosas, las mezclaba, se sacaba y se ponía los ojos, fracturaba la noche, le /hundía las fauces a la locura, llevaba enaguas celestes con puntillas, trituraba /cualquier uña de la eternidad, guardaba en cajones cerrados la desdicha /como si ya no tuviera fundamento,
combatía sobre la hoja de papel muerto
con las palabras enfurecidas como tigres.

El deseo
era un perfume,
una curva del tiempo donde detenerse,
y tomar los minutos
para secarlos en la terraza al sol.

Revolver la tristeza en una palangana y cantar de risa.
(No hay obediencia más puntual que el deseo).
Ningún perro en celo tiene hambre ni frío,
ningún perro en celo sabe de ninguna muerte,
ni de esas disfrazadas con ropa transparente,
ningún perro en celo sabe de ningún dolor.

Lo indecible
lo que a cierta hora habrá de suceder,
y ya ponerse la vejez en el cabello,
las manos
en la sala de torturas,
bañarse con jabón aromático, llenar la cara de pomadas,
preparar la valija despacio con pasos de monja en el sagrario,
ponerse un sombrero con flores y pájaros,
leer el diario,
caer.


“PEQUEÑOS MUNDOS” (IV) DE WASSILY KANDINSKY
para vos, 25 de septiembre del 85

Es un bailarín delante de unos pequeños mundos
de Kandinsky.
Está a punto de muerte.
La cabeza inclinada
a punto de muerte.
Medio cerebro
a punto de muerte.

Los ojos que no se ven, el cabello que se ve, la parte de la espalda que se ve, la parte de la espalda que no se ve, el pecho que no se ve, el vientre abierto que se vislumbra, la mano en la rodilla y en el pie, el sexo que no se ve, las nalgas que no se ven, un lado del cuello por caerse, la oreja que se ve, la oreja que no se ve, la nariz que se ve, la boca que no se ve, la parte del brazo que no se ve, los dedos que no se ven
a punto de muerte.

Adentro del ojo que no se ve
un remolino que no se ve
en la víbora oscura que no se ve y duerme
En la araña negra que no se ve, dentro de la víbora oscura que no se ve y duerme
a punto de muerte.

Víbora y araña cortadas por una bala
cabeza llena de pólvora
cerebro deshecho. Hace miedo aquí.

O de alguna forma es
aunque todavía sea un punto no escrito
en un papel no escrito.

Pero que va a existir.
Y la muerte es apenas una cosa por suceder
una cosa que guarda dentro de sí
la memoria del disparo por estallar
la futura memoria del disparo por estallar.

***

¿Y si en el fondo
un baile fuera la muerte
el fondo de un baile
un baile en el fondo de las cosas
un baile a fondo
el fondo de la muerte?

***

Porque no es suficiente que el bailarín, delante de los pequeños mundos de /Kandinsky, esté a punto de muerte
para pensar la muerte

porque nadie, ninguno, ninguno de nadie quiere pensar en el bailarín o en la muerte
hasta que el bailarín no sea
un ojo irreconocible al costado de la mesa
un pedacito muy blando de cerebro que parece un algodón disuelto en perfume,
un charco.

* * *

En algún momento alguien contará del bailarín muerto delante de los pequeños mundos de Kandinsky,
del disparo,
alguien contará con frases, dedos, uñas de frases,
dedos, uñas de palabras, esquirlas, sílabas, balbuceos, dedos, uñas de sílabas, /esquirlas de balbuceos,
alguien hará ruido con la boca, pólvora de ruido, esquirlas de ruido,
alguien moverá la mandíbula,
alguien hará gestos con los dientes,
alguien moverá la cara
y no será cierto.

Porque nunca es eso.

Y no se trata de miedo,
ni dedos, uñas de miedo, esquirlas, pólvora de miedo
gestos de miedo.

Cuando llega la muerte
despacito,
no hay ruidos,
no hay silencio.

* * *

El era un bailarín
y en sus pequeños mundos
bailaba palabras.
Bailaba danzas de palabras.
Palabras que eran como danzas bailes
No significaban.

Eran eso: una nada
un diamante
un baile.

La palabra muerte no existe.

Ni siquiera es ruido.
Ni siquiera es silencio.
Ni fondo de ruido ni silencio.

Es un baile de dientes en la boca.
Es un baile de letras en la hoja.
Un gusto de diamante entre la lengua y en el ojo.
Con esquirlas de diamante en el cerebro.

* * *

Como si la decepción fuera un pedazo de bala para meter en el cerebro
como si la decepción fuera un estallido pequeño, apenas perceptible
como si la decepción fuera un ojo que puede ver lo oscuro
en mitad de lo oscuro
y en una oscuridad de atrás hacia adelante
y en una oscuridad donde las cosas:
la mesa
la alfombra
los pequeños mundos de Kandinsky
fueran una mancha,
una oscuridad lenta
vacía
tibia.

* * *

Había una vez, dijo lo oscuro
un bailarín a punto de muerte.
Un pequeño mundo de Kandinsky
a punto de muerte.

Uno que soñaba dentro del sueño de lo oscuro
bosques en la jaula
perfumes en la carroña.

Ese, el del disparo a mitad de la noche.

El que no era cabeza ni ojos ni pelo ni oreja ni espalda ni brazos ni dedos ni vientre ni piernas

el que no era ni hueco
ni hueco pozo vacío palabra
el que no era.
el que no dejaba ninguna marca.

Ni siquiera el agujero en la garganta del que pretendía decir el bailarín ha /muerto
y su pequeño mundo de Kandinsky

qué baile
qué muerte
cómo era
cómo se llamaba
quién
dónde


tampoco eran la cosas
ni lo oscuro.


“EL GUITARRISTA CIEGO” DE PABLO PICASSO

Se nos habló del ojo como del único sentido para construir el sentido,
las líneas de significaciones.
Algún francés nos habló de la evidencia.

Un español hizo del ojo el único sentido para construir el sentido,
sin buscar claves ni líneas de significaciones evidentes,
juntó casi burlándose
la ceguera y la música
como si la música fuera una cuerda rota,
como si la música fuera por fin
un dejar de ver las formas del mundo,
como si nada,
no quería entregar ninguna llave:
una simple música en un azul de ojos cerrados.

(Y por favor,
que no se espere nada de los colores de una tela
ni aunque sea azul y un joven Picasso haya inventado a un guitarrista ciego).

Como si no sucediera nada hay quien la mira en un azul de ojos cerrados,
como si la ceguera fuera una cuerda rota,
un viejo que toca una guitarra ciega en un vacío.

O sólo eso: nada,
una música que como la muerte,
cierra los ojos.

* * *

Parece que hay dos,
una pareja, dicen,
parece que es un hombre ciego, enfermo y una música ciega, enferma
y parece que es sentarse y llorar la ceguera del hombre, la música que no quiere ver nada,
y no parece pero la música se come al hombre
y el hombre sangra.

Y no parece pero hay una muerte por asomar la cabeza
en alguna parte. Y no parece pero también hay una muerte
ciega
por aplastar a la música,
por aplastar al hombre.
(O la misma música es la muerte).
Y no parece pero es el amor,
o una forma de amor al menos,
una música rota,
la ceguera de dos que no se encuentran nunca.

* * *

Nada de importancia, por supuesto, entonces,
ese hombre ciego puede ser cualquier hombre, de esos que andan en los trenes,
de esos que tienen ojos pero no miran porque alguna música les estalla en las sienes.
Cierta locura.

Cierta locura, dije, cierta locura fría
de mosca que sueña paraísos;
nada de importancia, entonces,
cualquier hombre,
cualquier muerte asomada en una música.

Cualquier forma de no mirar el mundo.

* * *

Es posible que la música
sea una forma ciega de tomar las cosas,
una astilla en el ojo,
la astilla de un ojo que no quiere ver más.

O al menos una forma de guardar la noche,
esa noche donde nada es seguro.

Es posible que la música
sea una forma ciega de verificar las relaciones,
y el ojo abierto,
apenas una trampa desde lo virtual.

Una pequeña bofetada a las ilusiones de este mundo.

Ya se sabe:
la música lo dice:
Estamos hechos para la muerte.

* * *

Si el ciego sabe que la oscuridad es una luz que no espera,
si el ciego sabe que los sonidos son una forma de guardar la extrañeza en el oído,
el ciego sabe
que la música habla de una especie de universo ya extinguido.

Fue cuando los hombres no quisieron ver más la rotación de los días y las noches
y se llagó la piel de la fotografías
y desapareció el tan dulce engaño de las cosas.

El ciego no sabe
que también la música ha dejado de servir
para los ciegos.

Dice la música:
ya no hay nada que hacer.
El peine al peinar arranca pedacitos de cerebro,
hay una araña escondida en los cajones.

(En los cajones aguarda
el temor de los ciegos,
el miedo
de la música).

O es la enorme tristeza.

* * *

Debe haber en el ojo de los ciegos
una sórdida luz de pasillo donde avanzan los bastones blancos,
un pobre pez que se pudre en el agua del mar sin que nadie lo /advierta,
una zona sin defensa,
el vientre de las noches sin luna. Se sospecha:
una minuciosidad oscura,
un detalle
que se escapa del cuadro.

Y la música no cura.
Cerrar el ojo e inventar sonidos no inventa
otra luz. Ni siquiera una luz oblicua.

Debe haber un cielo roto de antemano.

* * *

No hay fe.

Ya es tarde para ahuecar aún más el hueco de los ojos
e inventar la música.


Peor aún para juntar
desechos de palabras.

* * *

¿Y si detrás de los ojos
se pudiera
mirar
a la música?

¿Ver el color y la forma del sonido?

* * *

Como si las imágenes fueran otra cosa que el silencio,
como si las imágenes fueran otra cosa que una hierba
para que devore
un ojo
triste.

* * *
Con la mitad del ojo de Picasso
habrá medio ciego azul, media guitarra.

Con la mitad de la música de medio guitarrista ciego
aún es posible abrasarse.

Abrasarse es imaginar algo más que un silencio.
Todavía medio amor
es más fuerte
que cualquier forma
de muerte.


* * *


Tal vez la muerte no sea música
ninguna música,
ni siquiera
una música pintada
o escrita.


Tal vez la muerte sea
un ciego que partió hace mucho de una tela de Picasso
y se le quebró la guitarra
y el azul.

Tal vez Picasso muerto
sea una tela con un guitarrista
que ya no significa;
el azul, el color de una mancha de pintura,
y el ciego,
una teoría sin demostración.

Todo el cuadro:
la irregularidad de un ojo de vidrio que se rompe.
Los pedacitos volando en el espacio,
un vestido de novia comido por hormigas.

Tal vez ese cuadro que alguien mira haya dejado de existir,
porque sólo existía para Picasso.

Es que ese guitarrista de los poemas
ya no es el mismo guitarrista del cuadro.

Es un guitarrista de un azul de palabras
y su ceguera
son unas cuantas letras

para desfigurar el vacío
de la hoja en blanco.


“JUANITO LAGUNA APRENDE A LEER”DE ANTONIO BERNI
A la memoria de mi primo Guillermo Díaz Lestrem


Hay un país simulado
un nombre simulado un tiempo simulado
un viejo país detenido en agujeros negros
el país simulado al fondo
(como un pozo)
oscuro
fabricado en el pozo de los sueños
(ese fondo del fondo)

En un mundo asimétrico lo que está por suceder no termina de suceder porque es posible que no haya suceso
en un mundo asimétrico donde hay carceleros
el carcelero no permite la entrada
aunque dice que la permite y hasta guarda una sonrisa en la pantalla
(Y hay un hombre de negro que mira desde lejos en un hueco del tiempo)

el carcelero dice: el país está cerrado dice: el país es puntual en decir que está cerrado
dice: no
no dice
o está y dice con su presencia
o no está pero es fácil imaginarlo
algo que no termina de suceder

aquí hay marcas y preguntas y zumbidos y ultrajes y perfumes antiguos y hay cosas que llaman el país y el país no se sabe si existe fuera de la palabra fuera del ruido fuera de los signos

fuera del país con pantallas vacías y celulares rotos
fuera del país donde las niñas cibernéticas saltan a la soga
no contestarán las máquinas del sueño
ni los que escriben al departamento de tejido literario
ni los que leen
ni los que escriben a los que leen ni los que leen a los que escriben
y después eso: la repetición de marcas y preguntas y ultrajes y zumbidos y perfumes antiguos y cosas que llaman el país que no se sabe qué es o si existe fuera del movimiento de lengua o de los signos

Un país en blanco y negro donde el futuro parece una mala copia del pasado, un revival extraño

no hay Ley que una estos sangrientos pedazos
un pedazo y otro
sueltos
vacíos

y sin embargo unidos perfectamente en una pantalla
con virtuales páginas de seda
que siguen después de "todavía estamos en la Argentina"
y nunca terminan

hacer entonces como si hubiera mundo
como si el viajero de las sábanas fuera inmortal
como si hubiera un hombre de negro
un resplandor

dentro del pozo de las cosas
como si el pozo de las cosas
no fuera el pozo de las cosas
como si las cosas no fueran un pozo
como si el pozo contuviera cosas
como si hubiera cosas
como si hubiera pozo
como si la palabra por sí misma
diera existencia al pozo de las cosas
a la Ley que ordena las cosas dentro del pozo
o el pozo dentro de las cosas

entonces como si hubiera país
en la noche del país
la Ley abre la boca y dice en la boca de las pantallas
dice
no lo que está bien
sino que está bien lo que ella dice
porque lo que dice está bien porque lo dice
porque el decir es belleza
porque es la posibilidad de seguir viviendo
de llevar el traje de los recuerdos
como si existieran los recuerdos

* * *

hace frío aquí
aunque los Poderosos no quieran
hace frío aquí
hace pánico
el país hace creer que es
hace creer la fe

hace creer que la palabra es
hace creer algo atrás de un ruido
hace creer en un ruido
simula caminos de buena hierba
un país hace creer en un orden
que desgarra la noche

como si hubiera caminos
como si hubiera algo que simulara caminos

y no parece
y hasta se ve la silueta de un carcelero atrás del carcelero
y hasta parece que se inclina y habla

y hasta parece que habla de otros carceleros uno en cada puerta otros carceleros que dicen que no dicen que simulan decir que ni siquiera nombran o que nombran la escritura

para desintegrarla en balbuceos sílabas letras desunidas letras que ya no forman ninguna palabra marcas en el papel rumores en la selva del silencio

y hasta parece que es una infinidad de mundos de simulación de mundos cada uno con una puerta y un carcelero como una infinidad de espejos de simulación de espejos cada uno con una puerta y un carcelero

qué mundo es ése
dónde quedan esos recuerdos
el traje simulado de esos recuerdos

y en los sueños
hay épica y sufrimiento
hasta que llega dulcemente
la gratuidad
el sinsentido

hasta que algunos borrados se levanten de la inexistencia

son como si no hubieran sido nunca
una brisa olvidada
una brisa entre dos intentos de brisa

hace frío aquí
hace pánico
digo

pienso en los que borraron en pantallas blancas
la mandíbula que guarda mi lengua

tiembla
se cierra
se cae

hace pobreza
hace dolor aquí hace frío
adentro de esta pantalla donde vivo
los Poderosos no me guardan del frío ni del miedo

de mala hierba los caminos de la muerte
hasta la tentación de decir injusticia iniquidad
una vez desaparecidos los carceleros
me acuesto

sueño
las posibles palabras que contie¬nen otras puertas posibles ( sueño
un país
donde la rabia
me devuelva los muertos).


Estos poemas pertenecen al libro “Resplandor final”, Ruinas Circulares, Buenos Aires, 2011

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