viernes, 9 de diciembre de 2011

Susana Cabuchi

SUSANA CABUCHI
(Jesús María-Córdoba)


VIERNES

I

A fines del verano
crece marzo.
Los empleados municipales
construyen a Momo
de paja seca
enlazada con mimbres
y lo tensan en cruz.
Sobre una rueda
girará para su muerte
en la estación de trenes.
¿Qué hará Momo por nosotros,
qué obtendremos al castigarlo?
No otorgará salud.
No prometerá el agua.
No cubrirá nuestros campos
de trigo.
Pero lo han decidido
hace mucho.
Y asistimos.


II

No ignoramos
las equívocas sensualidades
nacidas de las aguas venecianas,
ni la desmesura de Brasil,
su estridencia selvática,
ni los temores del Origen,
ni las orgías que ocultaban las máscaras.

Sabemos
que el rey, o el dios, o el hombre,
esperará hasta el martes
para morir
y observa, mudo,
la tenacidad del desfile.

Su punzante palabra,
su desafiante humor,
le han deparado
doble pena:
la expulsión del Olimpo
y el fuego sobre nuestro planeta.

¿Quién podría reír en estas vísperas?


III

Por las calles
que rodean la plaza,
compartimos
– y ninguno lo dice –
la fiesta
más triste de la tierra.


VISITA AL PURGATORIO

El cartel anuncia
“El Paraíso”.
Aquí están
la directora del colegio,
la fundadora del Teatro Vocacional,
el carnicero,
el prestamista, el notario.
– Si madre,
traigo galletas,
sacaremos una mesa,
jugaremos a la confitería,
tomaremos el té.
Las pequeñas carrozas
– trípodes, andadores,
sillas de ruedas –
giran.
Aferrados al pasamanos
los caminantes
repiten la peregrinación,
como antes en la plaza,
ahora a orillas de la ciudad,
a orillas de la vida,
con las máscaras de la vejez,
y con pesados trajes, marchitos.
– Si madre,
soy la tía Emma
y también soy Susana.
Entre sombras
la comparsa emite
entrecortados llantos, gemidos secos.
– No madre, sus padres
no la olvidan,
están muy ocupados.
Cuando puedan
vendrán
con un ramo de rosas.


ENCUENTRO

Pensábamos que era tarde.
Que los fuertes resplandores del deseo
habían sucedido en las calles del río,
entre la hierba,
o algún automóvil detenido
frente a los trenes que pasaban,
interminables y ajenos,
o en las eternas noches
dedicadas a medir
la respiración
y la duración de los besos.
Ya pasó. Nada hemos perdido.
Para este encuentro
sumamos
países y tristezas,
los rostros de los que hemos amado,
los libros que leímos,
la belleza del mundo.
Serenos, como antiguos amantes,
sorprendidos, como Eva o Adán,
inhábiles, peritos,
actores de un instante definitivo,
afirmados en el temblor y en el instinto,
entregados
a una victoria más:
la gravitación del fuego,
la claridad de su mandato.


ÁLBUM FAMILIAR
Alción editora, Córdoba, 2000.

PASOS

He bebido las aguas
del Shu – Am
como si no estuvieran
contaminadas.
A orillas
del río silencioso
crecen flores amargas
sobre las que he descansado,
leyendo.
Y no he pecado
sino
lo necesario.


ÁLBUM FAMILIAR

Los padres
fueron una vez
a Mendoza.
Me dejaron
una foto con nieve
a orillas del camino
con un gran auto negro
y con amigos.

Me dejaron
una foto con nieve
y este frío.


12 DE JUNIO

Esa mano que muere
no está sola.
El anillo dorado
la devuelve
a una danza de bodas
y a sus giros.
A una siesta
de parrales ardientes.
A los vinos
guardados
para las grandes fechas.
Está
el metal redondo
sosteniendo
que todo fue verdad.
El anillo de bodas
de mi padre,
en la mano, en la vida
de mi padre.
En el día de la muerte
de mi padre.


LA CARTA

Ha llegado la carta.

Está sobre la mesa,
al lado de las flores.
La miro
largamente.
Conozco la letra.

Pero la leeré
a la medianoche,
cuando los trenes
que pasan hacia el norte
hagan temblar
los vidrios de la casa.


VISITA

Un viajero
ha llegado a la casa.
Salimos todos
a abrazarlo
porque trae noticias del hermano.
Habla de campos secos,
del hambre en las ciudades,
muestra fotografías.
Después del almuerzo
le servimos
la fruta más dulce del ciruelo.
Y la ha comido,
pero sin alegría.


EN ESTE PATIO

En este patio
han jugado los niños.
Eran un coro alegre
que rompía la siesta.
La madre
alguna noche
contaba cuentos bajo la luna,
mientras su delantal
se ahuecaba entre las piernas
por el verdoso peso de las arvejas.
El verano
maduraba en las uvas su jugo dulce.
A veces
las vecinas venían
contando alguna muerte,
y parecía mentira
la muerte,
bajo aquellos parrales.
Cómo entender la pena
ahora,
con estos mismos gatos
cruzando los tejados
ya sin nada de infancia
en este patio.


DETRÁS DE LAS MÁSCARAS
Córdoba, Argentina: Ediciones del Copista, 2008


PAYASOS

TRANSITAN
gesticulando aparatosamente,
exagerado el carmín de sus bocas,
las gruesas figuras
con prendas desiguales
a rayas, a lunares, a jirones,
como saludando
a la Patrona de los Bufos.
Bajo la gran sonrisa de pintura
—artificio
que solo ellos develan—
la tristeza de todos los payasos.
Saltan,
reverencian las máscaras,
sueltan globos
que recibe la Noche:
tu madre, Momo.


ClEGO

IMPOSIBLE explicarlo,
me dice.
Sabores y texturas
habitan la fiesta.
Nadie advierte
el perfume de las calles resecas,
el olor áspero de la tierra.
Hay un temblor de pájaros
entre las palmeras,
un rumor de alas
golpeando sobre las anchas hojas.
Zumban los insectos
en cada esquina,
alrededor de los focos de luz.
El paso de mis vecinos
—los vigorosos, los débiles—
produce un diferente
movimiento del aire,
un ritmo único.
Es carnaval —insiste—
y me saludan todos.
Saben que mis quemados ojos
se entienden mejor
con la fatiga del dios.

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