viernes, 9 de diciembre de 2011

María Rosa Lojo

MARÍA ROSA LOJO
(Castelar-Buenos Aires)


De Visiones, 1984:

Marchan por el camino invertido. Marchan con sus mantos en derrota y sus largos pies de animales viajeros, con sus báculos de obispos o de pastores y su mirada insaciable de sabios o comerciantes. Marchan. Y el campesino los contempla en la puerta de su choza, el campesino cuyo rostro es como un espejo, el de sueños perfectos que captan todas las conmociones de la tierra y los más leves anuncios estelares. Mira, sí, ya ni hombre ni mujer, con el sexo indeciso de las ánforas sin memoria donde se entrecruzan los cuernos del toro y los pechos tenues de las sacerdotisas, ofrecidos y velados bajo las túnicas. Y lo saludan como a rey o mendigo, y le arrojan limosnas u homenajes en las manos que no se extienden, en las manos que permanecen sobre las rodillas, como garras o joyas, con sus dedos de aurífice, con sus arrugados cartílagos de ave anciana.
Marchan por el camino invertido, como un desfile de tropas cuyo general es una cabeza cortada, cuyo general es unos ojos que la muerte o el sueño corrompen con insidias.

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Así es como conozco la mañana; alarmada por su cántico trémulo. Viene a darme lo que aún no soy, atravesada por exclamaciones y promesas. Es anunciante y sin embargo ya estima a los hombres como cadáveres; adorna los sentidos y barre las aldeas con su guirnalda múltiple y su gloria. El hijo de David aún no ha nacido. Veo el pequeño camino del campo por donde han de pasar los carros afanosos, pobres y alegres libélulas indómitas. Toda mi palabra es una gran torpeza, ducha en entrelazar visiones indecibles. Una raja de malvón, como un fruto prematuro, me quema las manos. Las maderas benefician el aire con su rigor nórdico y su calidad lustral y su dureza consolada por el oro que un donador arroja contra las puertas.

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Dios –dices- Dios (por decir algo, por decir nada): una palabra como una rosa importuna en la desgarradura más antigua del otoño, una palabra como un pozo insensato, una palabra que se destroza como la flor de una granada contra el sueño delicado, contra el sueño silencioso e inútil de tu garganta.



De Forma oculta del mundo, 1991:

LA CANCIÓN

Han marcado la zona. Un círculo sagrado sobre tu cuerpo, para que vuelvas a escuchar la canción.
A tu espalda, el emisario ha colocado un mantel, alguien ha traído los platos y los vasos de un bazar abandonado, y el sencillo pan. Ellos se inclinan detrás, perdidos para tus ojos.
La canción te marea. Recuerdas que tu madre te la cantó al oído muchas veces, en las tardes azules. Ellos comen el pan árido, dividen las regiones de tu cuerpo. Las lágrimas de otro corren por tus mejillas. No estás en el lugar, no hay lugar. El emisario baja sobre tu rostro y lo besa. Te cubren con la sábana de los ausentes y ahora tu voz entona la canción recobrada mientras te dejan solo.


MASCARAS

Te rodean los danzantes, te aturden. Estás volando sobre el ritmo a la velocidad de una llama. Dentro de poco tu cabeza caerá y te nacerá una piel nueva. Te brotan en los nudillos yemas de árbol y en tu sexo sube un vello de lianas. Serás una selva y una casa de pájaros, en tu corazón crecerán torres mudas, sueños de catedral bajo las aguas. Quedarás detenida y habitada mientras los otros bailan, armados con sus rostros. Ya no podrás ser lo que fuiste y la felicidad te arrasará los ojos mientras las llamas ciegan las máscaras que giran.


EDIPO, REY

Te ha entregado la noche su semilla de dispersión, su olor de animal inútilmente en celo: miseria del que tiende una mano incesante y halla al despertar las palmas corroídas, las uñas ásperas de metal oxidado por lluvias infinitas.
Te ha entregado la noche su calor de sahumerio consumido, su vigilia de esplendor invisible perdida para siempre. Y no es la juventud, no, aquello que buscabas –buscarías- ebrio de nada entre las fauces de sombras. No es la madre, no, esa pobre vasija de barro antiguo –fragmentos confundidos a la orilla de las rutas impías, entre fragores y distancias-Es el alba, quizá. Adivinaste su racimo turbador de cimas blancas, no alcanzadas jamás, y el golpe de unos labios aéreos que podrían abrir tu corazón como la pupila de un niño. Pero has gastado ya todos tus días, y los días de quienes te amaron.
Avanzas solo, único y uncido a ese yugo invisible, animal de tres pies sobre el filo inocente de la mañana, el más terrible de los seres creados, temblor de un remordimiento en el recuerdo de Dios, desdichado insaciable, hombre.


De Esperan la mañana verde, 1998:

FUEGUITO

La mujer tenía un fueguito en un lugar tradicional, común, de utilidades varias.
Lo usó para devorar.
Lo usó para guardar.
Lo usó para envolver con seda roja la fuerza de un hombre.
Lo usó para parir.
Lo usó para reírse con sonrisa de noche.
La mujer ha muerto, como todos los animales muy viejos. Está enterrada en un campo chico, donde duermen caballos bajo un cielo sin luces.
Pero un fueguito sobrevuela la noche de caballos dormidos.
Dicen que es la luz en pena de las ánimas.
Dicen que acaso es el alma de la mujer.
Pero solamente es el fueguito aquél, el del lugar común, tan fuerte como un alma, que alumbra, y alumbra.


DRAGONES

Noche tras noche se construye en la casa un andamiaje silencioso. Los habitantes dejan sus ropas de vivir y su torpe calzado de recorrer ciudades que no miran. Rodean las paredes con sábanas tejidas por la hilandera de un cuento interrumpido y se cuelgan de los bordes, llameantes como cabezas de dragones.
Por las mañanas la casa apenas conserva alguna marca de ceniza bajo un alero y quizá la sombra del relámpago cruza al sesgo los vidrios de los dormitorios. Los habitantes salen por la puerta del frente vestidos de humanidad, pero en los bolsillos interiores de un traje, en las costuras de los uniformes, bajo las calificaciones y los lápices, las escamas del dragón van creciendo, tenaces y brillantes.


EL AMOR BRUJO

El amor brujo –dicen- es una maldición luminosa que se transmite por la vista y se propaga rápidamente a todos los sentidos de un cuerpo domesticado por la insensatez y la desdicha.
El amor brujo puede tomar la forma de un ángel herético, de un gitano infiel o de una ferviente vocación equivocada. Es deslumbrante y disoluto, profesa la terquedad y la desmesura. Cuando el amante se ve libre de él ya no le quedan restos para vivir la vida decorosa de los que no sufrieron maldición alguna ni tuvieron los ojos vulnerables.
Incapaces de abandonar sus malos hábitos, los dejados por su mano ya no serán felices en el ángulo oscuro donde una vez ardieron los fuegos de San Juan y el amor triunfante saltó sobre las brasas.


RIGUROSO SILENCIO

Ella cantaba en riguroso silencio, cantaba en sueños envuelta en las palabras que los sueños prestaban como guantes oscuros.
Empezaba otra vez todas las noches la misma canción: los pasos torpes, los ojos dormidos, arrojada violenta, a contraviento, por la luz exterior.
Ella fuera de la luz fuera del mundo, ella sin casa sólo con un guante para apretar gargantas de mudez. Ella sentada a la orilla de su canción, como el pescador sobre el agua vacía.


LÍNEAS

En una de las líneas de tu mano hay un puente que desemboca en el mar; en otra, una balaustrada trunca que se abre en el jardín hacia ninguna parte. Entre el jardín y el mar, esa ciudad donde estás.
Allí los cielos tienen la costumbre tranquila del sol y de las lluvias y un techo nocturno te protege de las estrellas implacables. Pero alguien mata y alguien muere, los trenes se detienen en la mitad de su camino y visitantes desconocidos escarban en los desechos de las grandes casas blancas, antes de que en la luz se reconozca el mundo.
Cuando vas a acostarte cierras la mano como si astillaras vidrio y la ciudad entera se despeña en el mar y tu sombra se cuelga de la balaustrada oscura, soñando en algún lugar para vivir.


GOLPEANDO A LAS PUERTAS DEL CIELO

“Knock, knock, knocking at Heaven´s door...”
Erik Clapton

Golpeando a las puertas del Cielo para pedir prestada una taza de azúcar, medio limón, un vino, dos cucharas de aceite necesarias.
Golpeando a las puertas del cielo, vecina de intemperie, elevando bandejitas de súplica con una lista de pequeños dones que un Mano se niega a conceder.
Y la voz educada contesta –El Señor no está, el Señor ha salido, yo no puedo darle nada en Su Nombre, vuelva mañana por la mañana, a esa hora encontrará al Señor, muy temprano, antes del alba-.
Ella baja, humillada con furia, quebrando las ramas del árbol por donde ascendió –acaso algunas no vuelvan a retoñar y la escala se corte-. Ella se arroja sobre la tierra estrujando su papel en las manos con la taza vacía. Nunca ha llegado tan temprano para encontrar al Señor, nunca llegará. El sabe que la codicia de la suplicante no tiene medida, que el azúcar y el vino y el aceite se escurren por el hueco del deseo y que todos los dones arderán vanamente en alambiques de transmutación.
Pero ella volverá a golpear a las puertas del Cielo pidiendo una taza de azúcar para engañar la boca de la muerte, y un vino oscuro para encerrar al tiempo en la fiesta del cuerpo y una sal de memoria para grabar el aire de los días que fueron, mientras sube, torpe obstinada por el árbol roto, envejeciendo, en bata de dormir, con pantuflas de invierno, a golpear la puerta del Señor que reserva sus secretos.


LOS QUE DEJARON DE ANDAR

La tierra sueña con los pies de los pueblos que sólo sabían andar, en busca de la sal. Los vientos del Sur, del Norte, los cambios de los solsticios, los llevaban de un lado a otro como semillas, hasta que florecían en lugares extraños y abruptos. Al pie de la cordillera o en las pampas del salitre lloraban de pronto, como apariciones curiosas y patéticas, cabecitas humanas acabadas de nacer.
La tierra sueña con los pies de los grandes corredores que adelantaban al sol en su camino con invisibles alas de avestruz. La tierra añora la repetición de las danzas y su alegría seca como un golpe de trueno. Pero ya no hace conocer su voluntad y calla sus opiniones secretas. Sólo se levanta una noche por siglo, y baila hasta el amanecer con su capa deslumbrante de sales duras y de huesos iluminados, donde ríen las bocas de los que dejaron de andar.


ELLOS ESPERAN LA MAÑANA VERDE

Al pueblo del Sur, a la “gente de la tierra”

Ellos esperan el viejo día, el día que ya ha pasado, el día de la fiesta, el que fue cuando las mañanas eran tan verdes que no se podían morder y quemaban la lengua con un perfume ácido, cuando nada estaba concluido cuando todo volvía como los amores tenaces de los sueños.
Ellos esperan sentados a la puerta de su sepultura: una casa minúscula de barro con un sillón para dormir por siglos de siglos, escuchando el aleluya de las voces que cantan a un Dios altivo y extranjero.
No, no son esas voces las que oían en los torrentes de la mañana: dioses de un minuto resplandecientes en las gotas como alegrías del amanecer, diosecitos quebrados en la voz de una niña que repartía los ecos de las campanas, númenes delicados como cabezas de flor que apretaban las curadoras en sus cuencos furtivos.
Ellos rezan: háblame, sáname.
Han olvidado los cánticos para borrar las heridas y alisarlas como la grava para que crezca por debajo la raíz del caldén.
Han olvidado las palabras que despertaban a los dormidos y dormían a los despiertos para unirlos a todos en la ronda simétrica del mundo.
Háblame, sáname, dicen a la mujer que se cubre las canas con el pañuelo de luto y antes era la joven que se ataba las trenzas con una cinta azul y subía la escala del Árbol de los Cielos. -Háblame, sáname, mientras sus nietos suman dos más dos y leen en los libros de la geografía los espacios y tiempos, los nombres de las cosas-.
Pero ellos saben que los hombres son criaturas pequeñas de la tierra, mas débiles que el puma más torpes que las águilas, apenas moradores, apenas habitantes de la Casa sin límites.
Ellos esperan la mañana verde vestidos con los signos de cacería, soplando entre los dientes las cuerdas del sonido que atrae a los animales del monte y sube la enamorada al caballo del amante.
Ellos esperan con la cabeza descubierta. Han limpiado el corazón como un vaso de plata.
Háblame, sáname, dicen a la mujer que hace sonar los cascabales y quema hojas de ajenjo en el aire de la muerte.
Ellos cantan.
No saben el significado de las palabras pero ella las toma una por una las anuda en collares, brazaletes de obsequio para cruzar el Río.
Ellos cantan.
Háblame, sáname: hermana hermanita que salga de tus brazos como salí de entre las piernas de mi madre, me sumerjan tus brazos bajo las aguas frías, para que viva.
Ella canta palabras que nadie sabe, hace sonar el tambor como un antiguo pecho de latido para que la Luna los mire con indulgencia.
Háblame, sáname.
Ella cierra los ojos de los que esperan.



De Historias del Cielo (2010):

VENTANAS

El Cielo es un lugar en donde proliferan las ventanas. A veces ni siquiera hay paredes, ni salas, ni dormitorios. Pero las ventanas están siempre allí, con un antepecho para recostar los brazos, o un sillón puesto atrás o adelante, da lo mismo, ya que el adentro y el afuera tampoco existen.
En el Cielo las ventanas no sirven para cerrar ni para abrir. Son los marcos donde se encuadra la mirada, el borde donde se colocan los ojos para que no se pierdan, para que no enloquezcan, para que no los ciegue la Luz Desconocida.


DIBUJOS

Pasé la vida dibujando la cara de Dios. Con trazos torpes, gruesos, con colores desmesurados de crayón infantil, con marcadores sobre la superficie de un globo que dejaba subir para que Él se mirase como en un espejo y se reconociese en la gran boca sonriente.
Luego probé con libros, prolijos y ambiciosos como catedrales, o salvajes como un jardín en donde sólo crece la caprichosa hierba. Pero Dios no se quedó en la catedral delicada ni en el jardín hirsuto.
Ahora ya no dibujo. Permanezco muy quieta, como si no tuviera voluntad. En silencio, como si no tuviera voz.
Cierro los ojos para sentir mejor el roce de insecto de los dedos de Dios, para atrapar a Dios que sigue trazando sin descanso los rasgos de mi cara, las líneas de mi cuerpo.


LA BELLEZA ESPANTOSA

No responderás cuando denuncie el horror de tu Creación ni las maldades de tu criatura predilecta, porque aparecerá la belleza.
En una cara, en un grito, en una herida, en una llaga donde viven insectos y gusanos traslúcidos.
En las matanzas de los cuerpos mudos con sus ojos abiertos al Cielo que no habla.
Sucia, rota, deforme, desvalida, desordenada, impura, desgarrada, la belleza de lo horrible me partirá el corazón para hacer un oráculo que nadie descifrará.
La belleza espantosa brotará de mi corazón partido como la palabra que un Dios se niega a pronunciar.


DIJO EL POETA SUFÍ

Como la huella de su pie
Sobre la alfombra donde danzó
Mi amada.
Así de leve, Dios,
Así de imperceptible.
Todo ausencia
para cualquiera
Salvo para quien ama.

1 comentario:

  1. María Rosa Lojo, una de las voces más altas de la literatura femenina actual en este país. Un lujo para nosotras participar de una antología que cuenta con esta voz. Gracias, Norma, y felicitaciones.

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