viernes, 9 de diciembre de 2011

Romina Cazón

ROMINA CAZON
(San Pedro de Jujuy-Jujuy)

I

Heredé de mi madre el sexo, luz de antaño. He venido desde ahí para acribillar el silencio con mis tres idiomas. Tengo la voz de una perra a punto de parir y las uñas de una gata celosa. Camino con el paso acelerado para no olvidar la dirección de la noche y miro la eternidad desde la cama con un ojo amputado.
Heredé de mi madre el pensamiento, trágico en días de llanto y paciente en horas de niñez. Tengo siempre la palabra justa cuando amanece. Digo sólo lo que hace falta. Nunca disimulo la alegría porque me hace daño y tampoco escondo las lágrimas en mi cartera.
Heredé de mi madre las entrañas, raíz desnuda que viene desde la arena. Mis brazos y mis dedos contemplan la aureola. Tengo aquí un músculo jugando en mi cintura con una voz que aún no recuerdo.


II

Yo estoy en donde no estoy.
Finjo un lugar para mí:
uñas postizas, pintalabios,
cremas y una camisa.
Yo no soy la que era:
traigo alas de plomo
y la lengua de papel.
En el párpado tengo el recuerdo
de una vieja que se agita con el aire.
Vivo aparentando los años
en un cuerpo muy joven,
aquí donde la lluvia se mete
a fluir con la sangre.

III

Ha llegado la hora del juicio. Hay que extender los pies y cruzar las manos en un cofre. Nunca gritar que somos culpables porque nadie se va limpio. La suciedad viene del origen y nadie ha podido hacer nada ni siquiera el Hijo que se baña en aguas santas.
Ha llegado la hora del olvido. Hay que borrar a todos de la mente y después a uno mismo para yacer en armonía. Nunca decir que no cargamos a nadie en los hombros porque nadie se va solo. Siempre hay alguien en la espalda.
Somos fugaces y así está escrito: venimos sólo para echar un vistazo y nada más.


IV

Este viaje aniquila la memoria de los cuerpos. Me parezco a Eva mostrando las curvas y los senos. No ofrezco el alma porque ya está vendida al Padre. Tengo sólo el espasmo y una plegaria para morir decentemente.


V

Te toco la frente en donde podría estar la frente.
Sé que no eres el mismo desde que viajaste.
Yo también soy otra.
Toda mi boca
y mi sexo
están en la habitación
y no he querido verlas.
Allí que se mueran de pensarme.

Te toco las manos
(antes)
con una me bordabas
y con la otra me deshacías.
Ya no somos los mismos
(ahora)
un chillido que reposa en un delta


En el Paris ebrio de Paula
(del libro Patria Ajena, Fondo Editorial Pan del día 2010)

Cuando veo la lluvia veo otra lluvia atrás,
la lluvia que no ha dejado de caer desde que nací.
Aquella que no ve nadie.
Óscar Oliva.


I

Lloverá aquí:
en la ortografía de mi ombligo
en los párpados que vienen de la noche
y en las uñas que van despobladas hacía
tu costilla
Haré un cortejo
con el sudor de mis harapos
en una alcoba inventada.
Pensaré en París porque Paula
(con una cerveza entre las piernas)
dice que allá las camas son mejores.
Luego
en un recinto
(también aquí en mi cama)
meteré los dedos en mi hueco
y dejaré que la lluvia me habite toda.


II

La lluvia siempre hizo estragos,
pero nunca le he dicho no.
¿Será que no puedo hilvanar tantas palabras
o será que nunca he dejado la cama que tiene
un cuerpo flotando en mi memoria?


III

Los cuerpos flotan
también Paula con su cerveza.
Ya no sé qué piensa ella cuando en Paris
se acuesta en una cama, que vacía le dice:
la noche viene sola; así también salen los gritos
en mi alcoba.


IV

La alcoba hizo de mí otra mujer
la que salió amarrada de mi ombligo,
la que imita mis llantos en el patio.


V

Ahora soy otra:
un hueco
un hondo
mientras Paula
en Paris dibuja
historias para mis manos.


Una lágrima muda en mi posición fetal


I

Partiré en noviembre cuando los pájaros regresen a la casa, me dijiste con tu lengua deshecha por la saliva, mientras mis manos se sacudían en el volante de un automóvil. Nadie sabe lo que se debe de hacer en esas circunstancias, pero yo te dije con mis ojos oscuros que el viento te ayudará a cruzar el océano, porque yo sólo tengo el don de sobrevivir.
Todavía me pregunto con una taza de café que bebo sin azúcar. ¿Qué querías escuchar? ¿Qué respuesta esperabas cuando mirabas a ningún lado? Yo ni siquiera sabía cómo llegar sola a la Alameda y sigo intentándolo; tal vez algún día llegue con los ojos dormidos y tú te rías en el teléfono desde España.


II

¿Esperabas una respuesta? Me las tragué a todas con el aliento amargo de aquella tarde. Ahora estoy en mi escritorio pensando que la única respuesta era el riachuelo de mis pupilas. Lo sé porque no tiene sentido la palabra si no emerge de un gesto orgánico. ¿Además qué podía darte yo? Llevaba silenciosamente un puñado de deudas en mi bolsillo y una plegaria a un Santo que escondí en mi blusa por largas semanas. Luego comprendí que el Santo no tenía nada que ver con tu partida y fui a su encuentro con mi riachuelo para no ahogarme.


III

¿Te das cuenta lo que significa quedarse sola?
Aprendí que no hay respuestas para la complejidad del sentimiento, por eso dejé de cuestionarte y misteriosamente iba al baño a depositar la basura de mi alma.
¿Qué haré cuando ya no estés? ¿Quién cambiará la llanta del automóvil usado? ¿Quién le dará calor a mis senos? Me repetía al borde de tus nalgas, con una lágrima muda en mi posición fetal de todas las noches.


IV

Cuando te fuiste, le devolví a la tierra esa misma noche el llanto con el que nací. Me desmayé en la recámara tratando de ocultar tu fotografía tamaño infantil y nunca lo hice. Todavía no sé cómo borrar una imagen con los dedos y aun espero que alguien lo haga.


VII

Todas las noches tu boca atrapaba mariposas de color carmín: ese beso inquieto que caía sobre mi ombligo y un te amo pausado que hasta la perra desde el patio lo escuchaba. No te digo lo yo que sentía porque no puedo describir lo que hacía el cielo en nuestra habitación. Sólo sé que había luceros danzando en nuestras pieles.


VIII

La habitación es parte del edén: un pájaro juguetón sobre la ventana, la luna envidiosa sobre los cuerpos y el silencio de las paredes en espera de un grito.
Tú, debajo de las sábanas con el soplo agitado y yo pasmada por el movimiento acelerado de los huesos.
Tú, buscando con las manos sucias un nombre para tu niña: la extranjera que escribe historias sencillas para los hijos que vendrán con sus pasos longevos.


IX

Demasiado es tu cuerpo cuando dice mi nombre, cualquiera de los tantos que tengo desde que soy muchas mujeres, todas en la tierra: la tímida puta de la esquina Monte Atlas, la muchacha fértil que cruza la calle meneando los senos, y la extranjera con los ojos tristes y por supuesto la criatura tierna que escondes en tus brazos a menudo.
Demasiado son tus ojos mi amor, cuando contemplas a todas las mujeres que duermen en tu cama: yo, tu inmigrante que te trajo las alas enfermas por su patria.


XI

Son tus manos las que me curan, cuando el sol se esconde en un árbol a jugar con los frutos bondadosos, mientras que yo serenamente disfruto de mi infancia en un cuerpo adulto.


XII

¿Cómo no voy a amarte? Si cuando llega el alba encuentro una mirada que me remonta al útero de mi madre y cuando estiro el brazo estás milagrosamente con tu boca colmada de palabras para mí, las que aprendiste a hilvanar en estos años. ¿Cómo no voy a amarte? Si tu apellido construye en mi sangre hijos nocturnos y tus abrazos tienen lo que no puedo explicar y eso que yo profeso la poesía por todos tus ojos.
(Fragmento de Posición Fetal, inédito)

1 comentario:

  1. ¡Qué placer leerte, Romina!
    me encantaron algunas imágenes, como esa de la voz de una perra y las uñas de una gata... es el instante en que te convertís en todas las mujeres y enhebrás las palabras para decir-nos

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